Salta - Argentina: lunes 13 de enero 2025 23:37 hs.

Gaston Espeche: Sarmiento o “Cara de Señora”.

Gaston Espeche: Sarmiento o “Cara de Señora”.

Salta / Argentina (Por Gaston Espeche (1).– Sarmiento o “cara de señora”, como le dijo Ignacio B. Anzoátegui (un escritor ya prácticamente olvidado) tuvo un hijo adoptivo al que le puso Domingo. Dominguito muere en la Guerra de la Triple Alianza, a la que se enlista de forma voluntaria, y su tata a modo de homenaje post mortem publica una biografía… y bueno … otrora nuestros próceres escribían libros, traducían a Dante, escribían obras de teatro. Así como a Shakespeare, a Sarmiento no le fue bien en el ámbito reproductivo. No nos dejó prole directa. Pero nos dejó novelas, y un sin fin de actos escolares.

Gaston Espeche, columnista.

¿Por qué se le llama acto, entonces? Viene del latín actus, que significa acción, comparte la misma raíz con actuar, o actuación. Es la solución de continuidad del pensamiento. Es un stop. Tengo que dejar de rascarme los huevos y levantarme de la cama. Eso es acción. Un golpe, un quiebre. Pero también puede ser una acción que no involucre una progresión, sino una regresión, una vuelta a un tiempo anterior. Porque nunca un estado se repite, o regresa,  a sí mismo.

Un <acto> para los seguidores de Freud (numerosos), y los de Lacan (poquitos), significa la acción impulsiva, generalmente violenta, antisocial, que al no poder simbolizar una idea, se la realiza en el plano de lo concreto. Se los traduzco al criollo: si yo no puedo cortar con la toxi lo haré con mi auto chocando contra un poste de luz. Ponele ¿Está claro? No, genial. Ahora en los pasillos de las instituciones educativas todo se detiene y adquiere otra identificación cuando se tiene que preparar un acto.

También acto es una parte fundamental de una obra de teatro. Se está comenzando a hablar de la eliminación de dichas ceremonias, producto de la disminución de días efectivos de clases (término ultra liberal si se quiere) y para compensar esa “pérdida” de horas culo frente al pizarrón, se acude a terminar con lo más simbólico que posee la educación de nuestros tiempos. Utilizando un punto en común de lo que nadie puede estar en desacuerdo, es decir, “los niños tienen que estar en la escuela”, ya sea para que aprendan a escribir, a sumar, a identificar los puntos claves de una oración, a cantar, a jugar con los demás chicos, a socializar, a comprar caramelos en el kiosko, a ver como cambia el color del agua cuando mezclamos determinados elementos, o simplemente para que los padres se alivien un rato del cuidado del niño, nadie puede estar en contra de esta máxima, y así es como pretenden sacarnos la presencia de todo resto simbólico al que podamos tener acceso. Esto no es porque quieren recuperar días perdidos o castigar a los docentes que hacen paro. Va más allá… Y ellos los saben bien ¿Quienes son ellos? Emm, hagamos una elipsis y sigamos.

El acto consta de diferentes etapas: una introducción, la entrada de la bandera, los himnos nacionales, un discurso, un número, la despedida de la bandera, un número más informal, y finaliza con algunas palabras de algún directivo a modo de epílogo.

La bandera, las escarapelas, las guirnaldas, las canciones, los bailes, los números alusivos, el mástil, el rostro del héroe en la pared, las maestras, los alumnos y alumnas, los padres, la comunidad (como se le llama algunas veces) operan en conjunto, en un entramado solidario entre actores y espectadores, puesto que acá nadie queda afuera del acto. No es un partido de fútbol, que también es otro ritual, por cierto. El acto escolar es el mismo desde Nicolás Avellaneda, pasando por Perón, la junta militar, Menem y Javier Milei, ellos pasan y lo simbólico queda. Pasemos al número.

El número. La frutilla del postre ¿Por qué se le llama así? Es para facilitar el orden de las cosas al momento de la organización. El número es el epicentro del acto, es donde se puede ver la parte por el todo, la punta del iceberg. Un niño hace de Guemes con una barba falsa no deja de serlo materialmente pero se desprende de sí mismo y es Guemes, o Belgrano, o San Martín. No deja de ser un niño y al mismo tiempo es el héroe gaucho. Un baile donde hay niñas con vestidos del siglo 18, y niños con trajes recreando la escena de la creación del himno nacional en la Casa de Tucumán, no dejan de ser lo que son, estamos frente a Mariquita Sanchez de Thompson, Blas Parera y Vicente Lopez y Planes. Esto es símbolo…[1] es lo más cercano a lo que los gnósticos llaman lo sagrado.

Ciertas fuerzas enemigas quieren que el pueblo no tenga acceso a estos rituales. Desaparezcan a lo que de lugar. No es algo nuevo ni tampoco se restringe a la educación. Atraviesa la sociedad, las artes, los medios de comunicación, la cotideaneidad de la vida. Si perdemos los actos escolares perdemos lo único que permanece de simbólico en la escuela, los niños, la familia, en fin… Mantengamos un valor y me repito, simbólico que no sea solamente las imágenes de la Virgen y el Señor del Milagro.

Pero acá estoy pecando de inocente ¡cuándo no! ¡Si el último en enterarse de las cosas soy yo! Ahora me doy cuenta releyendo este texto. Lo que quieren hacer esos zorros es banalizar el acto, mediante la bastardización de imágenes y acciones que nada tienen que ver con el significado original. Es decir, se promueve el consumo de lapiceras, souvenirs, empanadas, perniles, sanguchitos de miga y ramos de flores para que el incauto, que casi siempre es bien intencionado, crea o se crea que el día del maestro es el día donde no se trabaja, donde no se estudia, donde se sale de joda, y los protagonistas, en vez de ser homenajeados son convertidos en el hazmerreir de la sociedad. Los comercios, los vendedores de diarios ven como un 11 de septiembre todas las escuelas están cerradas y dicen para sí mismos “Hoy no hay clases, se tomaron el día”.  De repente el maestro es un clown, un payaso sin gracia que solo sigue la planilla de asistencia, los años de servicio para el aumento salarial por antigüedad, y los días feriados, ansiando la tan deseada asunción al trono del empleado público: la jubilación.

Finalmente, ridiculizados y vapuleados por la sociedad misma a la que sirve (durante varios años reloj) el ne es más que un agente, una herramienta a la que no se le puede exigir más. Y el acto escolar una simple charada, mezquina y naif que nadie extrañará el día que se decida no realizarlas más.

[1] Luego viene una parte más abstracta, menos simbólica que es el discurso. Que tiende a repetir frases hechas y es subsidiario al ritual. Como para calmar los ánimos del espectador. Suele ser leído, muy pocas veces hablado, y poquísimas veces interactuado con el público. Esto ya depende del intérprete. Es algo impostado. Es la parte positivista del acto. Ni fú ni fá. Algo normal. La familia aplaude y se retira.

(1) Columnista de LaColumnaNOA, escritor, poeta y profe de Inglés/Contacto: Wpp+5493874628296.

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